Tuesday, February 05, 2008

song # 1 written for Lee


Nos acostábamos temprano. Los días en que no necesitábamos más noche dormíamos. Yo esperaba que tú te durmieras primero, tú y tu sueño pesado, para luego poder moverme, desplazar mi incomodidad con pequeños estertores. No soportábamos nuestros cuerpo, follabamos poco. Estábamos ahí por el otro. En la mañana nos levantábamos y tu rayabas algunos discos que juntos habíamos ido a comprar al Persa. Nuestra etapa era progresiva y durante horas hablábamos de discos. Discos innombrables. Nuestra noche empezaba en la tarde arrojados en nuestra cama, bañados por un tibio atardecer egipcio de notas bluseras. Yo a veces lloraba. Tú no, porque siempre fuiste más recia que yo. Ganábamos poco dinero, como es habitual en la literatura. Tu recopilabas conversaciones que habías tenido, cruzabas palabras y tenías habilidad. Yo escribía de música, todos los sábados ocupaba al menos 6 horas de discos y escribía reportes al respecto. Una vez discutiendo me dijiste que yo asesinaba a la música, pero cada vez que estábamos ahí arrojados en nuestra cama sabíamos que los discos acabarían y luego tendríamos los oídos tapados, llenos de un pelaje áspero y grueso. Nos pasó con el Indie, lo agotamos. A veces hacíamos música de nuestros sonidos, callados. A veces tu llorabas tus dramas, tu familia y sus abusos, que eran otra música que yo escuchaba como el lenguaje de Magma. Tu respiración, el crujir de tus huesos, tu pelo quebrado, tan teñido. Vivíamos para las atmósferas, éramos espaciales. Apelábamos a perder todos nuestros órganos. Nos gustaban ciertas palabras para describir sonidos. No comíamos y comprábamos música. Como Bolaño moriremos enfermos, pero sin dinero. No nos amábamos porque teníamos la música y el arte nos iba a separar. Al final el arte alardea de quiebre y es precisamente eso, lo inconcluso, la vida en cuclillas en tu vientre y sus muñones a medio formar, brazos, piernas, uñas. Tus gustos eran peculiares. Nunca pudimos detener nuestra avidez por las atmósferas, nos atrajo el silencio dramáticamente. Jugábamos a invitar gente y callarnos, mirarnos a los ojos hasta descifrar que el otro quería jugo de naranja. Alejamos a todas nuestras amistades, ellos creían en nosotros una prueba, y claro, el silencio es un desafío. Hablábamos de robar el tiempo, pero el tiempo nos robó la salud, a mi la tuya. Aún conservó nuestra colección. Tú empezaste a toser mucho, a veces sangrabas. Esa era otra música, una música más delicada y comprometedora, como el lector que pregona Rayuela de Cortázar. Empecé a sentir que tu corazón era un reloj, tum tum de Ofelia. Estábamos más callados que nunca cuando tus sonidos empezaron a tomarse la geografía. Ya no vivíamos en nuestra casa, vivíamos en tu enfermedad. Nuestros gustos menguaron en el deposito de estática y polvo que fueron nuestros discos. Tú todavía escribías poesía que cada vez se asemejaba más a la de Lihn, pero eso nunca te lo comenté. Yo sigo escribiendo de música ¿Me escuchas? sigo escribiendo de música. Tu corazón se agotó en un día cuando quería hablarte de una banda nueva. Lamenté que no la escucharas, se sentía un espacio en nuestra cama cuando rayé el disco por primera vez. Siempre rayábamos los discos, no los escuchábamos, tomábamos notas sobre él, comentábamos, hipertextualizabamos: fechas, nombres, inclinaciones geográficas y tendencias tautológicas por la edad que le tocó vivir a los productores, dueños del sello y compositores. Éramos un deposito sin fondo, pura avidez. Ambos soñábamos con ser músicos pero no podíamos más que escribir. No pudimos siquiera ser pareja, amarnos. No te extraño porque tengo nuestros discos, y los sonidos irrepetibles de tu muerte serán los sonidos irrepetibles de la mía. Nuestra historia es la iteración de la literatura, un loop. El cariño es forzado en la manía de sacudir la realidad y enmarcarla en las fronteras del arte. Yo te quería porque te ibas a morir, porque siempre estuve yo y mis discos que no eran de nadie. Te quería porque sin la esperanza del amor la música es una mierda.

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