Wednesday, July 30, 2008

desde un Recuerdo de Foucault y una mala noche.doc

Lugar de los abetos. Lugar donde vaciarse. Mirar tu rostro y descubrirlo. Luego de ello las atrocidades nos golpean y llegando a casa padre y yo reímos. A mi no me parece divertido, dice mi madre. Yo quisiese tener tú mirada ahí ahora, poder descubrir algo y en ese algo la concomitancia, la única música que es el Avant, el trazo epiléptico que se inscribe en su patrón. A veces no soporto este amor incondicional. Hasta la literatura es un proyecto; devoción a la linealidad, el amor anunciando otro mañana como si-el-sol-saliese-todos-los-días. Reconocer el fin de la historia “democráticamente” escrita comienza el día en que se descubre lo podrido, el olorcillo rancio que emanan todas las personas y en ello nuestra coprofília. Escucho que mi país, su gente, sus instituciones se están yendo al carajo. De todas formas solo nos queda ser Chilenos y la poesía chilena es un gas – Por que somos energéticamente combustión del ego, el momento propicio en que la llama nace y muere -. Nos adentramos en el Apocalipsis pregonado por las bandas alemanas de los 70 y el nuevo acelerador de partículas nos tiene cómodos con los ademanes de los cigarrillos y pensar el momento de coger sus manos (ingresar nombre). Sin duda hay cosas trágicas; el vacío me abandonó finalmente, a fuerza de miedo, a fuerza de correr por la demi jungla, sobre la línea del tren, cantando como la legión extranjera inundado de un verde que no podía ser real porque ella seguía aquí, en Santiago. Quiero decir que he recuperado los hábitos de los humanos y quiero, amo mi mortalidad. Desintegración molecular. El agujero negro no solo consumirá mi cuerpo, sino también mis variados intentos de ingresar a esos otros cuerpos; calzarme de sus espesuras. Alguien mañana prepara su ayuno; yo quiero viajar por Latinoamérica. Juan, por su parte, prefigura su argentina como el gran atardecer ígneo (ese que vimos hoy y que no nos detuvimos tanto a mirar). También quiero habitar mi ciudad pero se necesitaría un cambio de nombre. Into the wild, o sea, la revelación de Alexander Supertramp era “llamar todo por su nombre verdadero”; ¿Y dónde está la miseria de esta ciudad? sin duda no nosotros, alimento de iras beatniks, que disfrutamos nuestros hedonismos como una nueva praxis, orgullosos de nuestras poleras y figuraciones. Los que no, como ese fugaz día donde María José recitaba (pero no se escuchaba) a Lihn sobre ruidos de nosotros (y ese nosotros está vulgarmente aplicado), han ido desprendiéndose de mi antropocentrismo. Quizá sí a la eugenesia. Quizá algunos sobramos inevitablemente y hemos inventado toda una intricada escala de valores para generar mano de obra (apunte de Foucault sobre la locura) y minusválidos.

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