Wednesday, September 03, 2008

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No siempre me ha gustado el Free Jazz. Para ser sincero no siempre me ha gustado el Jazz persé, aunque su efervescencia me haga evocarlo como un recuerdo de niñez. En mi casa no sonaban discos ni agujas, solo el recuerdo de Braulio y Serrat; cumbres, miseria y un dolor lo bastante anglosajón. Algo en el desorden. Las innumerables referencias en Rayuela de Cortázar, incluso algún pie a pagina explicando el placer cacofónico del Free cuando los acordes por fin se encuentran como “dos cíclopes”. Y ese despertar intelectual en la Plaza Ñuñoa, mientras los topos abandonaban sus refugios nocturnos para comenzar la mañana en la solera del mundo. Libros de Márquez, de Sartre, de Camus y de Cortázar, lo usual. La terapia que a posteriori conduciría mis paranoias en las micros y mi militancia benévola que mi etapa Rimabudiana terminó de extinguir. Entonces Charlie Parker, lo suficientemente francés para roer en el alma de algún afanado norteamericano. El dolor texturizado y complejo de un hombre en crisis ontológica. El blues cediendo su hedonismo encantador de vaivenes soporíficos para dar paso a clavarse-en-el-mundo, sin la experiencia recesiva de los gatos afroamericanos que prestaban servicio a los tabloides, incluyendo al joven Louis Armstrong, cuya herencia más importante fue hacer del entretenimiento el trabajo de un solo hombre y recibir ingresos correspondientes a este merito. Pobre Kerouac; ni a él ni a Parker les cayó bien la fama, pero antes habían de volverse alcohólicos para calzar una nota dentro de otra, una letra dentro de otra. Y el gato de Gillespie les sobrevivió y nunca será la quintaesencia. Lo mismo Cobain y Morrison, gatos blancos representantes del comienzo del establecimiento de la contracultura. Gillespie les sobrevivió para subrayar que “on the road” y “ornithology” son probablemente las cumbres del desenfreno: el viaje a México, kilómetros de espesura y sudor; el fix que aletea como un pajarillo cruzando la atmósfera. ¿Quién se ha enamorado de alguien solo por la concomitancia del dolor? es un fenómeno singular y descartado en su validez, pero la mayoría de las relaciones son simbióticas y dependen de la mácula para su proyección. El Jazz me surgió como el ápice de las mismas notas que se estaban obviando, en todos los caminos recorridos y pactados desde otrora o desde el hábito de cruzar las habitaciones y las salas. Como un tejido de Pollock, las notas de Parker anuncian la ausencia del orden de sus melodías. Todo calza como un viaje trepidante hacia lo otro, pero lo otro es completamente indefinible y el viaje es una ostia, tiempo llamado como tal, segundos que duran los solos del contrabajo, la batería y el saxo. BIG QUOTE TO “el perseguidor” DE JULIO CORTÁZAR. Que vergüenza, Dios. Escucho Oro, Incienso y Mirra de Gillespie y entiendo que el gato les sobrevivió porque alcanzó la libertad, Parker solo subrayó cuanta miseria y la abarcó toda, desde el dolor africano a la condición negra en Norteamérica. Nothing is. O por lo menos no los genios como Parker; mientras más cerca de Dios más sangran sus estigmas. Enfermo como los tiempos, nunca he logrado acabar una tarea auto impuesta. Tengo mi libro de poesía arrojado ahí, corregido su primer tercio y luego abandonado. Tengo la guitarra desafinada por las corrientes de aire en la mañana y este teclado de letras mal y gastadas han calzado el dolor de algún otro inconcluso. El Jazz es una música esencialmente deforme e imperfecta, atípica y absolutamente incidental. Lo encontramos en todas partes si se le presta atención al silencio o al sonido. Panéos, frenos, chirridos, orgasmos, gargantas arrojando vibratos, el rumor del sol colándose por la mañana, la ausencia de unos ojos que lo vean. TODAS LAS EPICAS, que son a la vez las historias histerias hipsterias de los personajes vaporizados de Gordard. El free es la versión “hacia lo salvaje” del Jazz, y por eso su sofisticación, como los esfuerzos mal entendidos de Jean Michele Jarre y la cultura New Age que incurrieron en el capital para acceder a la libertad. Cuando el Jazz representaba la educación y sensibilidad de los otrora esclavos, el Free viene a devolverles la necesidad básica del desorden indígena: histeria, pánico, nubes apocalípticas que no calzan en los nombres. No más el entretenimiento del hombre blanco “We want poemas that kills, BLACK POEMS” el Free restaura la contracultura como lo fue el virtuosismo de un joven Armstrong versus los gatos blancos que se resfriaban a propósito para alcanzar su carraspeo maravilloso. “Somos hijos del Apocalipsis, banalmente caóticos, apócrifos y paganos” parece soplar cada nueva incursión de Coltrane en Interstellar Space e incluso el gato de Gillespie que sobrevive al entretenimiento. Y así Don Cherry, Marion Brown, Ornette Coleman, Sun Ra y Cecil Taylor representan el renacer de una cultura increíblemente oscura al ojo occidental. Incoherente y desenfrenado, este sonido no viene a complacer la audición, viene a predicar la representación y con esto su filiación directa a la improvisación. El Free es, cualquier reproducción sonora es la muerte de su momento como anunciaba Cronemberg. Cada acorde representa una epilepsia emocional o física, una conjunción entre el universo y la historia del músico. No podemos obviar la necesidad de esta música de reinvidicar los ordenes cartesianos y gregorianos; anular, volver la presencia un acto y no un proyecto.

Apéndice:

Leyendo a Louis-Ferdinand Céline: la incoherencia (y la palabra exactamente) de las guerras mundiales, su cristalización en el existencialismo Sartreano. La Nausea, la existencia recorriéndonos inevitablemente, el Free lo subraya. Por eso los gatos europeos supieron y valoraron (aún más que en Norteamérica) el Free como la tendencia inequívoca hacia la libertad, en ella el caos y el vómito. John Tchicai, Peter Brotzmann, Förklädd Gud, Mario Schiano, Jacques Berrocal, Jacques Thollot, Raymond Boni, Pierre Favre, Bernard Vitet (estos últimos Franceses, mi Free favorito, que refuerza la idea extraída de “viaje al fin de la noche” de Céline), su música se aleja del Free Afroamericano, más carnal y desgarrado, sonoro y sentimental, aproximándose a una estructuración intelectual del dolor y celebración de los sentidos, empalagosa y texturizada (BIG QUOTE TO "la Nausea" de SARTRE), bella y paralelamente opuesta en tanto reconocimiento de la propia historia.

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