Tuesday, September 22, 2009

22 septiembre, madrugada y sueños

I

Una noche desesperada. Reminiscencias de 2do medio: Bárbara Havliczek atravesando la habitación de lado a lado (su cuerpo pequeño, mi cuerpo pequeño…ahora recuerdo abrazarla con su buzo y levantarla entre mis brazos, su risa ahogada y constreñida), mirándonos siempre, la compañía anunciada en las antiguas novelas rosa, distante e inexorable. Brutales gritos infantiles y confusión. Una oscuridad galopante. Quebrar unos vidrios y descubrir el ritual: niños menores de 7 años, calvos, dándole sexo oral a un sujeto que no alcanzo a reconocer, y de ahí el laberinto directo al mal.

Perseguido por demonios que parecen habitar exclusivamente mi cuerpo, la fiesta sigue, el show continua.

Cuesta abajo rodando con dos pequeños calvos, desnudos y dientudos, que debo eliminar.

Todo acaba abruptamente.

Y volviendo a casa de Bárbara en la mañana, realización inmediata de estar soñando. Me persigue un tipo vestido de cura, con una sotana larga y ojos volcados sobre sí mismo. Trato de despertar desesperadamente haciendo muecas con la boca y parpadeando efusivamente, pero el tipo aparece en todos lados. Y a punto de saltar por la ventana y lanzarme a la muerte (una casa probablemente porteña, escaleras de 177 peldaños, suelo de madera, trapos y jirones de ropa colgando de pitas desde una ventana a otra) repentina realización de que lo único que toma es creer en Dios, realizarse en él. El tipo me coge de la espalda, clava sus manos en mi pecho para arrancarme el corazón y por primera vez (en mi historia del lado diurno) la cercanía de Dios, pensar en él con tanta vehemencia para luego despertar y lograr salvarme del cura heraldo del mal.

La cita no es así, pero en fin: “no le tememos a una esfinge que soñamos, soñamos una esfinge para explicar el temor que tenemos”

II

Desde lejos observar el océano, desde una arboleda fundida con la costa que es el paisaje que más agradezco, en compañía de alguien que bien podría ser Cristóbal o Martín Gaete, mirando el océano dibujado verde extendido hacia el final del mundo. Algún sentimiento terminal, la compañía y la soledad y los colores pirotécnicos. El océano se levanta atrozmente sobre la costa, olas de 100 metros que arrastran a la población con finalidad eugenésica. Tan fácil como tomarnos de la mano con Cristóbal o Martín y hacer presión con los pies sobre un gran árbol inamovible que nos salvará la vida. Todo ha cambiado en la Tierra. Mientras observamos el océano recogerse sobre sí mismo y la gente exhalar desesperada frente al día del Juicio, los días se suceden en minutos, eclipses lunares, solares y la aparición de los astros como si se tratase de un hombre detrás de una cortina con un gran equipo de iluminación. Obvio, saqueos y vuelta a la vida salvaje sin pensar en reconstruir la sociedad, y eso me preocupa. Desde arriba del cerro entender que ha comenzado una nueva Era. Encontrarme con casi todo lo que amo, gente que no sabría nombrar y estarse bien, pero un vacío incomprensible. Hasta que desde la costa, borracho como mi sueño iba a suponer, sosteniendo una lata de cerveza emerge Nicolás, yo tan agradecido y tan perplejo lo abrazo y pienso que ahora realmente nos han dado otra oportunidad.

Pero él no se conmueve.

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