a JP
Hace tiempo, indeterminado por la distancia entre los sueños y la realidad decadente, fuimos animales habitando el espíritu de indígenas precolombinos. Fuimos signo y victoria del trabajo, y ahí la moral hacía su extraño sentido sobre los hombres y nosotros despertábamos su furia porque era nuestra disposición, hacer metáfora entre nuestros vuelos y sus pies recortando el vasto valle que crecía hasta las rodillas. Me gusta recordar cómo desde arriba, haciendo círculos y buscando el porvenir, me entregaba a la esperanza futura de un poeta menor que clasificaría mis intentos de rapiña como la posibilidad de una autentica Latinoamérica, que no es otra cosa que hablar del único lugar que le queda al mundo lejos de las atrocidades del arte moderno, los sonidos modulados y la proliferación de imágenes seductoras y productos innecesarios. Soy yo en un vuelo regular, no tengo recuerdos de mi nacimiento, altísimo Andes lo reconozco porque ahí abandonaré a mis hijos y les regalaré la verdadera libertad del orfanato. Recuerdo las invocaciones con fuego y los sacrificios humanos, y un humano transmutando en reptil que yo habría de coger en mis garras como los rituales de Alejandro el Macedonio para repetir en la historia del hombre las obstinaciones del poder, la liberación y el gobierno extendido como la única realidad palpable. Mañana será hoy y ayer estaremos recortando el viento a una velocidad inclasificable, viéndolo todo de la manera exacta, suceder y florecer como magnolias, ácaros y aromos; el cielo el lugar determinante; la fauna y su augurio de muerte, la respiración; la flora y su eternidad ligera y trágica, lo infame de llamarse tierra y padecer los estragos de la conceptualización de lo perpetuo, que es buscar la destrucción y luego su arrepentimiento tardío que subraya la poesía muda de la materia y la vida como valor decadente y preciado por aquellos que no reconocen el suelo que pisan. Pero el vuelo es demasiado incluso para la vida, tenemos que huir, tenemos que generar las brisas que habrán de sacudir la sangre del hombre en las batallas del suelo invadido, tendremos que inspirar la prisión y violencia de un hombre que busca a su animal interno y que lo anime a recorrer este universo de continente, original y subyugado, como la posibilidad de realizar los deseos sin esfuerzos, metafísicamente, metalingüísticamente, patafisicamente, ignorando las prisiones del amor y la mente, de las precarias relaciones humanas (la guerra parece ser el único lugar útil de la lealtad) y nuestra vertical relación con las otras razas y lo escaso, lo mudo y lo muerto.
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