La primera vez que escuché a Bernard Vitet estaba enamorado de la poesía de una mujer y esos términos determinaron la búsqueda que ahora absorbe “
La segunda y tercera composición aceleran la sensación como un primer punto de giro. Una violencia; violines desgajando un ruido de gatos heridos, y una voz femenina en la versión francesa de Rosi Muller que recuerda la ironía de todo el dolor, su retorno eterno a la literatura. El mismo paisaje eterno del free jazz interpretado por mi inocencia frente al idioma francés. Como Diamanda Galas gritaba “we are stakes” la música acá invita desde la imagen de una “lolita” vulgar e idiota. Sabemos lo que subrayan los vientos “no seas imbecil, no te aventures en esa pieza, esa mujer” no creas la libertad que se dibuja. Los solos de los vientos comienzan un ataque frente a las interrogantes antes planteadas. Solos breves, frenéticos, desafinados; la imagen convulsionada de un cuadro de Miguel Angel. El free y su coro disonante en la forma de la duda y el gran juicio. Las voces son cada uno de los soplidos y las percusiones el eco de las palabras en la piel del hombre juzgado, cualquiera sea el escucha. El juicio termina en el monologo de Rosi francesa, instando al público a recordar el pasado del que se presenta al disco: mirarse con un hombre en cada ojo.
“La guepe et le fruit” de traducción “la avispa y la fruta”. Pero yo no creo que sea un insecto. Los vientos ahora hacen de sus solos una unidad que taladra, explotan como las composiciones de Ornette en el “shape of jazz to come”, esas maquinas que quería llegar a Zion, golpes rítmicos de hombres encerrados en una habitación en llamas. El hombre busca su comida y eso es lo único que hay: el verbo engullir. La música se desordena en un banquete intenso, lleno de cruces de conversaciones y palabras alcanzadas con la mano. El habito de llenarse y la soledad de Rosi acompañada de un contrabajo como tripas y nausea. Un hombre de apariencia afable que está a punto de vomitar en esa cena de cerdos. Prisioneros de la vida y el hambre, Vitet nos bautiza insectos, maquinas programadas en sus necesidades.
Y ahora que estoy encerrado en la crisálida queda renacer. Vientos que retuercen el cuerpo y mis colores tratando de romper las murallas. Cada acorde recuerda la elasticidad de las morales que nos inventamos, y cuando por fin se ha roto la crisálida afuera, el universo, es el contrabajo asegurando curiosidad y otra búsqueda que terminará en la nueva forma al final de este disco, que no acaba en su transmutación horrible. Los vientos están enfrentándome a la configuración, como Jim Morrison invitándose a la cárcel. No contentos con el desorden creado, que es la creación de un orden, la música se deshace de mano del lenguaje de Rosi, que va asegurando los momentos subrayando las dudas indicando lo humano de la ausencia de forma. El tema concluye con un fade out, otra alegoría de lo inconcluso, el mal(¿?) de la música “out-there”
Cierre. “Balle de fusil (2)” su traducción me es ambigua. Algo así como “bala de fusil”. Violines frotados en notas muy agudas. Me recuerda a Iva Bittová en el documental “Step across the border” sobre Fred Frith. La sensación de errancia. No tengo idea hacía donde terminará esta épica. Quizá en el suicidio pero difícil de un prolífico como Vitet. Demasiada compañía de los instrumentos. Quizá nosotros el instrumento de la muerte. Convertidos en insectos la máquina y su evolución hacia la depredación. Durante unos segundos el contrabajo percutido dando un tempo regular, el recuerdo de una marcha y la comedia de la obstinación. Rosi discursiva, no es necesario entenderla para saber que la retórica debería sugerir una idea que acaba claramente en el punto centripeto de toda la música sus 44 minutos de aproximación al vacío y los vidrios y plasticos que hemos recolectado dentro de esa palabra. La música está incompleta, como el dibujo de quien escribe. Nadie lo es.
“Nada lo es”
PD 2: cada vez que nombro “Rosi” puedo estar diciendo “Bebe” o “Dominique”
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