Mañana y puertas abiertas. Sentado al medio de la pieza de la polilla (*) no se puede evitar escribir y no hacerlo por el vaivén del aire que es alegoría de otra cosa. Entonces, un cruce de miradas. La introspección hacia las mujeres. Los flancos dispuestos para el ataque de las ráfagas de aire que se llevarán el olor a cigarro que aún oculto de mi madre. La mañana prefigura la cronología y todos los enemigos: los cántaros, las cabelleras largas, las uñas maltratadas de esa pequeña mano morena, su nariz brillante, ojos que se buscan como las corrientes de aire ahora en la pieza. Me siento de un color diferente y todo resalta por su autonomía. En las profundidades del choque de partículas habita una polilla, opaca como el libro cualquiera. En la soledad me discuto si acaso estoy en una novela y por eso no existe la soledad absoluta. Me desdoblo y camino conmigo, evitando considerar este dolor como épico e inescrutable. Nicolás, Antonia, Martín, Juan, Fabiola, Javiera. La novela – nieve es más real de lo que imaginé la primera vez que desgajé esas paginas. Tengo dos compañeros fantásticos, sus apellidos: Belano y Lima; representan los dos caminos únicos de
se deposita,
delicada
ramita de eucalipto
sobre sus sabanas azules, que dan a su cortina azul.
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